El tranvía que pasaba debajo de casa ...


Ese tranvía pasaba por debajo de casa, junto al patio donde jugábamos al fútbol los vecinos entre humaredas de polvo y arena. Jugábamos en una pandilla bien grandota, de edades muy dispares, a otros muchos juegos más, de calle, de patio y de barandilla: el cortahilos, la olla, la bombilla, rayuela, el dolar, chorizos estirantes, churro media manga manga entera, ...

Uno de esos juegos eran las carreras de chapas, que rememoraban etapas del Tour de Francia, y tenían un proceso que ahora se vería laborioso y tan arrastrado que con razón se nos desollaban las rodillas en el roce con ese suelo de arena dura.

Cada jugador tendría como unos tres corredores y alguno de reserva por si se lesionaba en los entrenamientos, es decir, que se estropeara la chapa por múltiples motivos, pisadas o que no era su día... porque cada carrera tenía su día y su chapa especial, para suelo mojado, cuestas, día seco y soleado...

Chapas especiales, si, para afrontar las cuestas en el recorrido que hacíamos en el patio de enfrente, que tenía por tanto etapas de montaña, y eran de diferente tamaño, con meta volante y todo! y donde alguna chapa especial de esas tenía más posibilidades.

Para eso, mi favorita era una que tenía la camiseta de Gandarias (camiseta que era el papel redondeado pintado a rotu y que encajaba dentro de la chapa) y es que era una chapa de las primeras de la época, de las primeras botellas de refresco de litro y medio con tapón metálico de rosca y que tenía más profundidad que las de Mirinda o Trina. Y a esta chapa le iba de cine para las escaladas el ganar peso y solidez gracias a que en ellas dentro podía encajar una chapa más pequeña, como las rojas de Cinzano.

Pero antes debían pasar esas chapitas coloradas por el rodillo del tranvía. Poníamos las chapas estratégicamente en la vía y al pasar el tranvía éstas quedaban superplanas. Estratégicamente porque al ser tan escurridizas, si se movían un poco antes de que pasara la rueda de metal podían salir disparadas o quedar dobladas y desperdiciadas. Tenían que quedar planas y casi jibarizadas, para que dentro de la chapa de paredes profundas se quedaran bien encajada y así en las etapas de escalada, el peso específico permitiera la escalada, lenta, pero segura.

Allá donde la lanzabas con el empuje certero de los dedos como quien quita una mota de polvo de su pantalón pero medido en fuerza y orientación, debía llegar la chapa, al lugar donde uno quería. El único defecto de esa chapa de escalador es que si resbalaba y enfilaba el retorno por donde había subido, bajaba de forma tan vertiginosa, que podía arrastrar consigo siempre a algún otro ciclista, perdón, chapa, de otro equipo. La regla de juego era que el corredor arrastrado se debía reponer al punto donde había sido tocado y eso entre quejas del dueño del equipo.

Los días de carreras eran largos y emocionantes, pues se juntaba el proceso de hacer la pista de la carrera arrastrando la arena con las manos, las palmas contra el suelo y solo tocándose la punta de los dedos. Al ser tan largos los trayectos había que estar coordinados para que se conectaran todos los tramos debidamente. Luis era el cerebro de la operación, Toño y Rafa asistentes perfectos, y Alvaro, Luismi y yo rápidos fabricantes de carreteras, moviendo arena cuesta arriba y cuesta abajo y bordeando los rincones más agrestes del patio, entre raíces a la vista, árboles casi recién puestos y algunos socavones donde las chapas podrían quedar atrapadas y que aún hoy andan intentando salir, como las bolas de golf en esos malvados areneros.

La pista de arena podía ser también estrecha a propósito para que en las rectas no se pudiera correr y había a veces varias curvas en zigzag que solo se podían sortear con varias tiradas o con la práctica de la "redondilla" que al principio se estimó una trampa súper prohibida y luego poco a poco fue abriéndose camino por la elegancia de algunas demostraciones del Toño, que nos hizo expertos a todos y luego ya no era ningún secreto, solo que el reto era que no se saliera la chapa con la redondilla y que, a veces, en un alarde de virtuosismo, la chapa hiciera doble o triple redondilla, cosa que quedaba en los anales de lo nunca visto y como chascarrillo para momentos de carreras donde hubiera lugar para el debate de pie, viendo a las chapas desde lo alto como jubilados viendo una obra o papis viendo jugar a los chicos...

Y ahí solía acabar la singladura de la etapa, cuando desde las ventanas nos llamaban nuestras madres para comer o para cenar, porque ya hasta había días que la partida era tan larga que llegaban a meta tan solo dos o tres chapas y a duras penas se veia la meta, bajo la tenue luz de la farola de la calle, ensombrecida a ráfagas por el paso del tranvía.

Los veranos de las Moreno: legado de arena y mar

En las playas del Zapillo, donde el tiempo parecía detenerse en la orilla, se tejen los recuerdos de los Moreno, una familia que marcó generaciones. Aquellos que hoy superamos los 40, 50 y 60 años, aún recordamos esos veranos como si fueran un álbum de momentos felices: juegos en la arena, castillos, partidos de fútbol, risas que se mezclaban con el sonido de las olas, y las meriendas compartidas bajo un sol incansable.

Era un tiempo suspendido, un paréntesis en la vida donde cada baño en el mar y cada castillo en la arena era una aventura. Flotadores compartidos, nadar juntos, y las voces de las tías Luisa, Loli, Piti, Pepe y Rafaela, resonando como un himno a la alegría veraniega. Ellas, las Moreno, fueron el centro, el alma de esos dias interminables. Con su carácter indómito, suavizaban las durezas de la vida, transformando cada momento en algo especial. Juntas, abanicándose y comentando con humor y cariño los vaivenes de la vida, eran el patrimonio vivo de nuestra familia.

Y cómo olvidar las tardes post-siesta, esos paseos por la rambla, el puerto, la Alcazaba, y las noches en el piso familiar en la calle General Tamayo. Desde el alto balcón de ese piso, veíamos furtivamente las películas del cine Hesperia, con personajes como Maciste, romanos de Hollywood, vaqueros de desierto de Tabernas ... imágenes que alimentaban nuestros sueños infantiles.

Las reuniones en la playa daban paso a encuentros más animados, con el Tío Ángel desde León aportando su sorna leonesa y el Tío Pachi, siempre listo para un debate político, con su colección de 'Interviús' bajo el brazo. Dias de ocio, aprender y saber que existían otros mundos de libertad, democracia y algunas cosas más, en páginas centrales ...

Y en esos días de verano, yo también encontré mi pasión. Junto al Tío Pachi, exploraba el mundo de la electrónica, construyendo desde organillos electrónicos hasta una emisora de radio FM. Pequeñas aventuras que, ahora, parecen grandes hazañas, o al revés, quién sabe

Aquellos veranos se salpican en la memoria reciente con un encuentro mucho antes de pandemia en la plaza Manolo Escobar, con Piti, rodeada de sus hijas, nieta y sobrinos de Madrid, y ya hasta nos acompañaban mascotas, Bella y Rufo ... y flotando siempre esa sensación de que aunque nos veamos cientos de años después, quienes sean las y los Moreno que se junten, será como haberse visto ayer, siempre abrazados y queridos.

Como una despedida simbólica, aquel momento en que las cenizas de Rafaela se mezclaron con el Mediterráneo, siguiendo la estela de flores rojas que se fueron navegando en su homenaje aquel día. Una despedida, sí, pero también un recuerdo de que, como las olas, ese legado de los Moreno sigue fluyendo, maravilloso, sonriente, eterno e imborrable.

The first cut is the deepest

Antes de mas olvidos, subido a un caballo cabalgando a la cima de la pregunta, noto como trota sobre huesos calcinados y juguetes rotos. Reparo en los últimos cortes profundos que han saeteado con fortuna, entrando por agujeros que no se podían cerrar por haber dado el control a un demente o a un tipo embriagado de fortuna. Jugando a esa ruleta rusa en la ladera, con este jamelgo regalado, bien alimentado, viejo, bufando de sed y frio. 

Aun brioso, cafeinado, remonta un riachuelo que le lleva a un recodo donde se divisa una calle solitaria. Contra la pared de la fachada de esa calle una sombra de mujer escapa sin rubor, ni miedo, ni pena. Sombra desinteresada que no altera el camino aguas arriba. Bufa de nuevo, sube un poco mas, no hay duda que hay un corte en la piel que busca su origen, mas por esperanza que por ser cierto. No hay certezas en esto, podría ser tan lejano ese lugar que cuando llegara a la cima aun quedara otra cima de nuevo y tras llegar a esa otra se disipara otra y luego otra y otra. 

Pringa la luna de esos vientos que traen olor de barrio, de paseo en parque y un perro alrededor, o de un campo de zanahorias, o de un mordisco certero en la punta de la nariz, de café y bombones, donde mi caballo se ha deslizado en la fresneda a ramonear. Saliendo del bosque, sobrevuela un avión y su ruido despelleja el alma del jinete, sin mayor disculpa, aunque fuera que al cerrar los ojos, el jinete ve como se escribe en un espejo un relato ahogado por las prisas, pintado un te quiero con lápiz de labios, mas doloroso que el último o el primer latigazo. La estela de ese vuelo se queda en el aire desprendido, desenladrillado, desencajado, … como desvencijando el cajón de desastres que se quieren descolgar por el borde. Ahí asoman fotos de un largo etcétera de pierna rota preguntando sin respuesta, quebrada por Poca Cosa, una seta, y en la senda final donde el jinete encuentra el primer corte, se arrebuja el caballo contra una carpeta en su pecho, salta en un repecho de ojos claros, donde una sombra bajaba ya la montaña por el lado opuesto.

El Zure ... (2)

A Cristobal, el hermano mayor de mi amigo el Zure le habían endosado el raro honor de tener un parecido remoto, pero vendible, con un icono de adolescentes. Sabiendo esto, el muy canalla lo explotaba no abriendo la boca demasiado y contoneándose justo lo necesario para conseguir sus propósitos. Veli, la hermana mayor andaba orgullosa de que a Cristobal le hubieran llamado del Programa televisivo “los jóvenes bailan” para que entrara a concursar en la pelea por el premio al mejor imitador de famosos. Los que imitaban a famosos, pero que no tenían interés para los adolescentes, duraban mas bien poco. Pero Cristobal no abría la boca y sus gestos hacia la Cámara con la mano viajando de su boca al pelo y de ahí al trasero y el paquete delantero iban haciéndole ganar votos día a día. Su consagración como finalista en esta carrera vino cuando le llamaron para hacerle un reportaje en la prensa, con fotos en el parque de la Fuente del Berro. Ahí quedó patente que lo tenia muy bien estudiado y que los que le hicieron el reportaje sabían que iba a durar tanto como lo que quisiese la discográfica del ídolo imitado.



En casa de mi amigo el Zure, para esas fechas de idolatría express, la revalorización de Cristobal era tal que entrar en el pasillo de aquella casa con olor a grasilla de freyir las papas como decía su madre, se habia tornado como entrar en la antesala de un plató de televisión, olía a fama, a estrella de la música pop y eso hacía que todos pasáramos a ser miserables gruppies aun sin gustarnos especialmente la música del ídolo en cuestión. Por aquel tiempo, en ese verano, andábamos eclécticos dándole patadas al oído en los coches de choque con las canciones del verano, que eran perfectas para berrearlas en esos santuarios de luces horteras y macarras fumando Piper mentolado sin tragar el humo.


Pero todo llegó a su fin cuando, el día en que tocaba celebrar la final en el concurso de aquel programa televisivo, salió haciendo play-back el imitado, pero el de verdad, el genuino, cantando “Linda” … ese fue el acabose porque al final, antes de terminar con las llamadas telefónicas para dilucidar quien era el ganador, el presentador preguntó al imitado las ventajas que tenía esto de contar con tan buen imitador … es decir, Cristobal, el hermano del Zure. En fin, el imitado habló un rato y hasta dijo algunas palabras en inglés pronunciadas tan bien como un lord británico un poco alocado, ¡Ja!. Pero luego, el presentador se volvió y preguntó a Cristobal qué le parecía imitar a esta figura del Pop y ahí ya tuvo que hablar y le salió esa forma de hablar de barrio, esa que conocíamos todos en su casa cuando le rascaba, doblando la lengua, una colleja a mi amigo el Zure, lanzando al aire la mano, al tiempo que decía con cierto deje a cheli macarra eso de … “¡¡… toma enano!!, ¡¡entre oreja y oreja, …!!.


Crsitobal dejó honda huella en el barrio y en todo el país que le pudo ver y oír, con sus cuatro o cinco palabras salidas de la factoría del Barrio de la Concha, aún rodeada de descampados donde personajes como "el Banano" (un gitanillo que hizo leyenda) daban patadas a latas y fumaban celtas cortos.


Cristobal, aunque quedó en votos cerca de ganar la competición, quedó palpable en el televisor que al imitado no le había gustado el imitador. Y hasta llegó la carrera artística de Cristobal. Hoy conduce su propio vehículo, una UVI móvil de una agencia de seguros y lleva ya una buena recua de multas atesoradas por correr demasiado …

El Zure ... (1)

El Zure salió al paso de las habladurías. Vivía con su hermana Mimi en el mismo barrio que los vio nacer y había presenciado hechos que pocos vecinos habrían siquiera intuido o sospechado nunca. Por ejemplo, que hasta donde alcanza la vista, mirando desde el poli hacia lo alto de la loma, sólo se podía divisar una ladera yerma, azotada por la escorrentía, con la arena como madera pálida que bruñían las hordas de gitanillos que buscaban camorra o nuevos adeptos.



Al Zure no le podían quitar el apodo del flaco, pero es que en su familia todos eran bastante delgaditos. Hoy día lo tacharían de anoréxicos a toda la familia. Menos a la madre, una cordobesa con un fino hilo de voz pero con un saque de brazo preparado para marcar la autoridad y los límites posibles a toda la familia y hasta a los amigos de sus hijos.


Pero lo que al Zure no le podían endosar era el noviazgo con Maite la del cuarto. Maite era cosa del Tostao, porque tonteaba con ella casi a diario, pero en secreto, para que no se enterara ni ella ni nadie … A Zure quien le gustaba era Gloria, la hija de la portera de donde vivía el Rafita el del bajo y el Tostao. A Gloria le gustaba más bien Jose, que vino un día a jugar al patio con Rafita y como le gustó un montón le hizo saberlo a Jose a través de la hermana de Rafita, Gema, una verdadera especialista en la goma y en mover las coletas al son de sus piernuchas de alambre.


Al Zure le gustaba Gloria, aunque le sacaba dos cabezas, una por altura y otra por el efecto de la delgadez extrema y toda la gordura concentrada en la cabeza. Se hacia llegar junto a ella con ánimo de decirle algo pero, siempre, siempre, para evitarlo estaba ella, Marisa, su hermana casi gemela que hacía de guardiana de Gloria. Y las formas de evitar el contacto de cualquier chico con su hermana era una suerte de suma de empujones, pellizcos y zarandeo de la victima con una mano fuertemente agarrada a los pelos.


Al Zure lo de no llegar nunca en condiciones cómodas a Gloria le parecía una suerte extraña, algo que hacia más difícil llegar a su churri y, por ello, cobraba el valor doble de reto y juego al mismo tiempo. Y si, llegó a ella, una vez, en el parque, y con un batazo en la cabeza, un día, tratando de darle a una piedra en el aire. Pues bien, dió a la piedra y de seguido a Gloria que anda un poco detrás del Zure.


El Zure salió al paso de las habladurías y pareció zanjar su noviazgo con un golpe de gracia a Gloria. Quedo tan claro todo que nadie volvió sobre el tema nunca, hasta ahora mismo.

El otro día creo que vi al Zure, no fue en el barrio, fue en un pueblo de la Sierra de Madrid y entraba en una inmobiliaria. Ahora vende pisos y los vende que es una gloria verlo, ¿ñiek?.

Daños colaterales

Por culpa de alguna desconocida contaminación, intento buscar explicación a lo que me rodea con justificaciones que me suenan aparentemente carentes de lógica.

Sí, por ejemplo, nunca ha sido menos cierto que la exposición continuada al lujo y la recompensa sin esfuerzo alguno ha generado legiones de imbéciles que no aguantarían ni una situación de zozobra, ni tan siquiera un amago de abandono sin siquiera un canapé de caviar que echarse a la boca. A esa tropa de fofos de todas las edades, bien armados con sus consolas de videojuegos y cachivaches de la tienda en casa, ya se andan acercando los famélicos hijos de los maltratados por las guerras, el hambre y el odio (ese que viene fresco, de generación en generación) que reclaman acariciar, aunque sea a sangre y pedradas, el suave terciopelo del placer. Y cuanto daño habrá hecho la adoración televisiva por algunos tipos de equipos de fútbol, porque los que matarán por ese trozo olvidado de la tarta irán vestidos con las camisetas de esos equipos de fútbol. Tremenda ironía. Fin de la historia.

En otro orden de cosas, mientras vienen aquellos a matar a nuestros hijos, está haciendo mucho daño a los poetas urbanos y, en general, a todos aquellos que hubieran querido serlo algún día, todos esos viajes rutinarios en tren de cercanías en los que la monotonía es ley a favor del desdén, el abandono, el olvido, … y el color gris del suelo de cada vagón se hace eterno y funde en un magna uniforme cualquier atisbo de ensoñación lírica o siquiera de corte pop, camp o retro. El resultado es que cualquier día, a estos embriones de artistas les surge el kit de la otoñada sin darse cuenta: bigote canoso como único resto de pelo en la cabeza, mirada adherida a las botas de esa chica morena de larga melena y en la mano, una gran bolsa con su respectiva radiografía. Camino del sanatorio o del tanatorio, según el número de cigarros consumidos en la juventud. Triste pérdida de visiones y pasiones, sin poder haber sido compartidas. Ni tan siquiera un instante.

Abundo en esto de los daños colaterales. También ha hecho mucho daño a la sociedad en general y, en particular a los grafólogos y viceversa, el uso cada vez más generalizado del teclado. El caso es que el otro día, en la radio, hablaba un tipo de una empresa de servicios de grafología y venía a decir que se dedicaban a, por ejemplo, a ayudar a labores de selección de personal y que eran capaces de ver en la escritura manual, hasta las intenciones, pasiones y hasta si un candidato en busca de trabajo había consumido droga. Se jactaba el experto de que gracias a sus servicios habían conseguido, incluso, apartar a gente de su puesto de trabajo con un sencillo análisis de la letra manuscrita. Por eso creo que también han hecho mucho daño a la Sociedad en su conjunto las toneladas de cuadernos de escritura Rubio, que los niños de antaño han copiado, rellenado y garabateado hasta la saciedad. Mis garabatos siempre han sido motivo de escarnio por los profesores y aunque éstos habrían sido muy bien valorados entre un parvulario de chino, árabe o cirílico, habría de verme con toda seguridad fuera del mercado laboral de seguir la tendencia esta que entroniza a grafólogos y sus alter ego resumidos bajo el paradigma de la ortografía moderna que preconizó un día un hombre llamado Rubio. Mucho daño, sí señor.